Después
del mensaje para las 7 iglesias (capítulos 1 al 3 de Apocalipsis), se relata en
el capítulo 4 el ingreso de Juan por la puerta abierta en el cielo. A
partir de ese instante comienza la revelación sobre “las cosas que sucederán
después de estas”.[1] Dice
el texto sagrado:
“…Y
al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el
cielo, y en el trono, uno sentado…Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno
seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y
noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era,
el que es, y el que ha de venir. Y siempre que aquellos seres vivientes dan
gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive
por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del
que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos…
y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir
la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu
voluntad existen y fueron creadas.” (Ap 4.2-11)
Tan
pronto como Juan entra por la puerta abierta en el cielo, encontramos, en su
visión, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Por el
versículo entendemos que en el cielo sólo hay un trono, y en esta imagen
identificamos quién está sentado en él, debido a las palabras de adoración de
los seres vivientes: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que
era, el que es, y el que ha de venir”. Dichas palabras son semejantes a las
usadas por el Señor Jesús en su presentación a Juan (Ap 1.8): “Yo soy el Alfa y
la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de
venir, el Todopoderoso.” En la escena quien está sentado en el trono es el
Señor Jesús. Continuando con la descripción de Juan, en estos versículos
también hay una explicación en detalle del trono, de quien en él estaba
sentado, de los seres y ancianos que estaban delante y alrededor de él, y de su
alabanza en relación a la creación, para el que estaba en
el trono (El Creador): “…porque tú
creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.”
Después
de estas descripciones, en el capítulo 5, el apóstol agrega:
“Y
vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por
dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que
pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y
ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el
libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno
digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me
dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha
vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Y miré, y vi que en
medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos,
estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos,
los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Y vino,
y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Y cuando
hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se
postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de
incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico,
diciendo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste
inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios; de todo linaje y lengua y
pueblo y nación…” (v. 1-9).
En
su narración, el profeta declara que quien estaba sentado en el trono tenía en
su mano derecha un libro, sellado con siete sellos. Y un ángel pregonaba a gran
voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?, Juan lloraba
mucho porque no se había encontrado a ninguno digno de abrir el libro, ni aun
mirarlo. En ese instante aparece en escena un “Cordero como inmolado”, quien
toma el libro e inmediatamente los seres y ancianos se postran delante de él, y
entonan un nuevo cántico, concerniente ahora a la reconciliación
(el cántico “viejo” se menciona en el cap. 4, en relación a la creación). Dice
el nuevo cántico (El Redentor):
“…porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido…” (v.9)
En
este capítulo 5 de Apocalipsis, la atención se centra en el Cordero tomando en
su mano el libro, un acto que es reverenciado y adorado como quien alcanza un
favor muy grande para otros. Pero, ¿quién es el Cordero y cuál su victoria?
Trasladándonos
a las Sagradas Escrituras para conocer del Cordero y de su victoria,
encontramos en el evangelio la enseñanza de cómo Cristo murió y resucitó para
traer reconciliación con Dios, vida eterna y herencia en una patria nueva, a
los que ahora son partícipes de su reino.
Esta
obra de Cristo está representada en Apocalipsis, al parecer, por un “Cordero
como inmolado” tomando en sus manos un libro, que en sentido figurado
representa su victoria, esto es, personas salvadas en sus manos.[2]
Estas
anotaciones nos remiten al evangelio según Juan, en donde el Señor Jesús hace
mención de su obra en beneficio de la humanidad. En esa ocasión, el Señor,
hablando con los judíos les dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y
me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las
arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las
puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos.” (Jn
10.27-30).
El
pasaje anterior, en su realidad o esencia, está bellamente ilustrado en las
imágenes simbólicas de los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis. Comparando los dos
relatos: el Padre, según los versículos del evangelio escrito por Juan, está
representado en Apocalipsis por quien está sentado en el trono; las ovejas que alcanzan
vida eterna, según el evangelio, están representadas en Apocalipsis por un
libro; y el Señor Jesús, mostrado a sí mismo, en el evangelio, como quien tiene
las ovejas en sus manos, es representado en Apocalipsis como el Cordero. Las
ovejas, que en un principio y por derecho de creación estaban en la mano de
quien las creó, luego, por motivo del pecado, pasan a mano de quien las
redimió. Se observa un “cambio de manos”, respecto a la propiedad de los
hombres, en el sentido de que en las manos del Creador debían morir por ser
infractores ante la justicia divina, y ahora pasan a las manos del varón justo
para que, resguardados en ellas, alcancen vida eterna. El “cambio de manos” es
sólo percibido desde ese punto vista, y no como de dos seres distintos.
No
hay dos seres distintos. En el texto del evangelio según Juan, el Señor dice:
“nadie las arrebatará de mi mano”, y también dice: “nadie las puede arrebatar
de la mano de mi Padre”. Y explica el por qué: “Yo y el Padre uno somos.” O en
otras palabras: “estar en su mano es estar en la mano del Padre, porque él y el
Padre son el mismo.”
Además,
el poder de salvar[3] y el
interés de salvar provienen del Creador (Dios en el principio); esto es
ilustrado en Apocalipsis, en un libro proporcionado por quien está sentado en
el trono y por el pregón a gran voz: “¿quién es digno de abrir el libro…?” De
modo que si Dios es quien salva y no hay más,[4] el Cordero (Dios en el fin) no es distinto de Dios. Este es un tema necesario
de atender, en la medida del énfasis especial que le ha dado Apocalipsis, lo
cual podemos deducir de las palabras frecuentes del Señor: “yo soy el primero y
el último”, “yo soy principio y fin” y de otras más, expresadas para
presentación de sí mismo y distintas del lenguaje simbólico propio de las
visiones de Juan.
Con
relación a las visiones de Juan y en particular a las descritas en los
capítulos 4 y 5, en donde aparece un ser sentado en el trono como Creador y
otro ser en medio del trono como Cordero, es importante reconocer que estas son
imágenes figuradas. Porque ¿a quién señala Juan en los evangelios como
Creador? (Jn 1.10): “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero
el mundo no le conoció…” Juan en estas palabras hablaba del Señor Jesús. ¿y
a quién señala como Cordero? (Jn 1.29): “El siguiente día vio Juan (el
bautista) a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo…” Es el Señor Jesús en la creación y es el Señor
Jesús en la reconciliación. Es un único Dios: principio y fin, primero y
último;[5] en
el principio fue el creador de todas las cosas, y en el cumplimiento del tiempo
habiendo descendido del trono se hizo acorde al hombre para reconciliarlo
consigo.[6] Es
un único Dios, no obstante, la indicación de estos versículos de Apocalipsis es
que, por un lado, está como muerto (Cordero), y, por el otro, es dador de vida
(quien provee el libro). Pero, ¿cómo puede ser el mismo ser, y estar como
muerto y a la vez ser dador de vida?
El
siguiente versículo puede darnos una respuesta. Dice en Hebreos (9.14), en
referencia a Cristo: “…el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí
mismo sin mancha a Dios…” En primer lugar, debemos resaltar que una persona no
se ofrece a sí misma a otra persona; o se ofrece a sí misma, o se ofrece a otra
persona. Cristo se ofreció a sí mismo a Dios, él es Dios; y este ofrecimiento
fue posible por razón del Espíritu eterno. Para el ejemplo, meditemos en los
regalos que una persona puede hacerse a sí misma; nosotros acostumbramos a
hacernos auto regalos, pero lo que no podemos ofrecernos a nosotros mismos es
la vida. Una persona no puede morir para ofrecerse a sí misma, porque cuando
muere, moriría también a quien se ofreció. En
el caso de Cristo: el que estaba en vida de la carne murió, y se ofreció
muerto al pecado para Dios, que es su Espíritu y no muere (el Espíritu eterno).
Esta concisa afirmación es ampliada a través de la imagen figurada del Cordero
delante del trono, mostrada en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis.
De
esta imagen entendemos que la presencia manifiesta[7] de Dios: el justo, después de haber muerto al pecado o después de haber
vencido, estuvo ante la inmaculada justicia divina, y en general ante los
atributos y estándares de Dios; y fue hallado digno de ser justificado o de
alcanzar vida.[8] Por
lo cual, por cuanto murió al pecado y fue vivificado, es digno de “tomar” y
“abrir” (en semejanza a un acto de victoria), un camino de salvación a la
humanidad.[9] Las
personas para alcanzar salvación, mueren y son vivificadas en Cristo, en quien
tiene un nombre que es sobre todo nombre.[10]
Es
esencial resaltar que Dios es quien justifica (imparte justicia) y Dios es el
justo (práctica justicia).[11] La
imagen de los dos seres, mencionados en los caps. 4 y 5 de Apocalipsis, hace
parte de un argumento figurativo; y en la continuidad de su mensaje ilustra el
primer acontecimiento referente a los salvados, que fue la conquista de vida
para ellos (ocurrió literalmente a través de la cruz). El libro en las manos
del Cordero representa su victoria, son los nombres de las personas rescatadas
y redimidas por él. Siendo así, es comprensible el llanto de Juan, quien
experimentaba la visión; porque al no haberse hallado a ninguno digno de tomar
el libro y abrirlo, esto significaba por tanto, que no había salvación para la
humanidad.
El libro del Cordero y el libro de la
vida
El
libro en las manos del Cordero, como se ha mencionado, hace parte de un
lenguaje figurado, y aunque en el tiempo de la cruz todavía muchos de nosotros
no habíamos nacido, el libro está en representación de los salvados de todas
las épocas de la humanidad. Estas, entendemos son imágenes ilustrativas, muy
diferentes a cuando el texto de Apocalipsis muestra el libro de la vida, que
señala acciones pertinentes a nuestra realidad literal. Así que en la escena
(del Cordero tomando el libro), dispuesta de dicha forma para ilustrar unos
acontecimientos, el libro está cerrado con siete sellos; pero en la realidad
literal está abierto para anotar[12] y
asimismo para borrar.[13]
Creemos
que cuando el Apocalipsis menciona el libro en las manos del Cordero (Ap 5ss.),
el libro de la vida del Cordero (Ap 13.8), y el libro de la vida (Ap 20.12),
está indicando lo mismo, pero en unos contextos diferentes.
[1] Ap (4.1): “Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en
el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo:
Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas.”
[2] Un versículo afín: 2 Ti (1.10): “…la aparición de nuestro
Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad
por el evangelio…”
[3] Is (45.21-22): “…Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador;
ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la
tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.”
[4] ibídem
[5] Ap (1.8-11): “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el
Señor…”
[6] 2 Co (5.18-19): “y todo esto proviene de Dios, quien nos
reconcilió consigo mismo por Cristo…que Dios estaba en Cristo reconciliando
consigo al mundo…”
[7] 1 Ti (3.16): “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la
piedad: Dios fue manifestado en carne…”
[8] Ibídem, “…Justificado en el Espíritu” y, 1 P (3.18): “…siendo a
la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu…”
[9] Ro (6): “porque si fuimos plantados juntamente con él en la
semejanza de su muerte…” Ro (5.9):”…estando ya justificados en su sangre, por
él seremos salvos…”
[10] Hch (4.12): “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro
nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
[11] Ro (3.21-26): “…con la mira de manifestar en este tiempo su
justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe
de Jesús.”
[12] Ap (20.12; 15): “…y los libros fueron abiertos, y otro libro fue
abierto, el cual es el libro de la vida…Y el que no se halló inscrito en el libro
de la vida fue lanzado al lago de fuego.” Versículo similar en Lc (10.20): “…no
os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que
vuestros nombres están escritos en los cielos.”
[13] Ap (3.5): “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y
no borraré su nombre del libro de la vida…”
[14] Zac (9.9):
“Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí
tu rey vendrá…”
[15] Is (42.1): “He
aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido…”
[16] Zac (6.12): “…he
aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces…”
[17] Is (40.9): “…dí
a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!...”
[18] Ap 4.6-7:
“...cuatro seres vivientes…el primer ser viviente era semejante a un león; el
segundo…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario