jueves, 23 de marzo de 2017

El Creador y el Redentor



Después del mensaje para las 7 iglesias (capítulos 1 al 3 de Apocalipsis), se relata en el capítulo 4 el ingreso de Juan por la puerta abierta en el cielo. A partir de ese instante comienza la revelación sobre “las cosas que sucederán después de estas”.[1] Dice el texto sagrado:

“…Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado…Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos… y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Ap 4.2-11)

Tan pronto como Juan entra por la puerta abierta en el cielo, encontramos, en su visión, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Por el versículo entendemos que en el cielo sólo hay un trono, y en esta imagen identificamos quién está sentado en él, debido a las palabras de adoración de los seres vivientes: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir”. Dichas palabras son semejantes a las usadas por el Señor Jesús en su presentación a Juan (Ap 1.8): “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.” En la escena quien está sentado en el trono es el Señor Jesús. Continuando con la descripción de Juan, en estos versículos también hay una explicación en detalle del trono, de quien en él estaba sentado, de los seres y ancianos que estaban delante y alrededor de él, y de su alabanza en relación a la creación, para el que estaba en el trono (El Creador): “…porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.”

Después de estas descripciones, en el capítulo 5, el apóstol agrega:

“Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico, diciendo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios; de todo linaje y lengua y pueblo y nación…” (v. 1-9).

En su narración, el profeta declara que quien estaba sentado en el trono tenía en su mano derecha un libro, sellado con siete sellos. Y un ángel pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?, Juan lloraba mucho porque no se había encontrado a ninguno digno de abrir el libro, ni aun mirarlo. En ese instante aparece en escena un “Cordero como inmolado”, quien toma el libro e inmediatamente los seres y ancianos se postran delante de él, y entonan un nuevo cántico, concerniente ahora a la reconciliación (el cántico “viejo” se menciona en el cap. 4, en relación a la creación). Dice el nuevo cántico (El Redentor): “…porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido…” (v.9)

En este capítulo 5 de Apocalipsis, la atención se centra en el Cordero tomando en su mano el libro, un acto que es reverenciado y adorado como quien alcanza un favor muy grande para otros. Pero, ¿quién es el Cordero y cuál su victoria?

Trasladándonos a las Sagradas Escrituras para conocer del Cordero y de su victoria, encontramos en el evangelio la enseñanza de cómo Cristo murió y resucitó para traer reconciliación con Dios, vida eterna y herencia en una patria nueva, a los que ahora son partícipes de su reino.

Esta obra de Cristo está representada en Apocalipsis, al parecer, por un “Cordero como inmolado” tomando en sus manos un libro, que en sentido figurado representa su victoria, esto es, personas salvadas en sus manos.[2]

Estas anotaciones nos remiten al evangelio según Juan, en donde el Señor Jesús hace mención de su obra en beneficio de la humanidad. En esa ocasión, el Señor, hablando con los judíos les dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos.” (Jn 10.27-30).

El pasaje anterior, en su realidad o esencia, está bellamente ilustrado en las imágenes simbólicas de los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis. Comparando los dos relatos: el Padre, según los versículos del evangelio escrito por Juan, está representado en Apocalipsis por quien está sentado en el trono; las ovejas que alcanzan vida eterna, según el evangelio, están representadas en Apocalipsis por un libro; y el Señor Jesús, mostrado a sí mismo, en el evangelio, como quien tiene las ovejas en sus manos, es representado en Apocalipsis como el Cordero. Las ovejas, que en un principio y por derecho de creación estaban en la mano de quien las creó, luego, por motivo del pecado, pasan a mano de quien las redimió. Se observa un “cambio de manos”, respecto a la propiedad de los hombres, en el sentido de que en las manos del Creador debían morir por ser infractores ante la justicia divina, y ahora pasan a las manos del varón justo para que, resguardados en ellas, alcancen vida eterna. El “cambio de manos” es sólo percibido desde ese punto vista, y no como de dos seres distintos.

No hay dos seres distintos. En el texto del evangelio según Juan, el Señor dice: “nadie las arrebatará de mi mano”, y también dice: “nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. Y explica el por qué: “Yo y el Padre uno somos.” O en otras palabras: “estar en su mano es estar en la mano del Padre, porque él y el Padre son el mismo.”

Además, el poder de salvar[3] y el interés de salvar provienen del Creador (Dios en el principio); esto es ilustrado en Apocalipsis, en un libro proporcionado por quien está sentado en el trono y por el pregón a gran voz: “¿quién es digno de abrir el libro…?” De modo que si Dios es quien salva y no hay más,[4] el Cordero (Dios en el fin) no es distinto de Dios. Este es un tema necesario de atender, en la medida del énfasis especial que le ha dado Apocalipsis, lo cual podemos deducir de las palabras frecuentes del Señor: “yo soy el primero y el último”, “yo soy principio y fin” y de otras más, expresadas para presentación de sí mismo y distintas del lenguaje simbólico propio de las visiones de Juan.

Con relación a las visiones de Juan y en particular a las descritas en los capítulos 4 y 5, en donde aparece un ser sentado en el trono como Creador y otro ser en medio del trono como Cordero, es importante reconocer que estas son imágenes figuradas. Porque ¿a quién señala Juan en los evangelios como Creador? (Jn 1.10): “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció…” Juan en estas palabras hablaba del Señor Jesús. ¿y a quién señala como Cordero? (Jn 1.29): “El siguiente día vio Juan (el bautista) a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo…” Es el Señor Jesús en la creación y es el Señor Jesús en la reconciliación. Es un único Dios: principio y fin, primero y último;[5] en el principio fue el creador de todas las cosas, y en el cumplimiento del tiempo habiendo descendido del trono se hizo acorde al hombre para reconciliarlo consigo.[6] Es un único Dios, no obstante, la indicación de estos versículos de Apocalipsis es que, por un lado, está como muerto (Cordero), y, por el otro, es dador de vida (quien provee el libro). Pero, ¿cómo puede ser el mismo ser, y estar como muerto y a la vez ser dador de vida?

El siguiente versículo puede darnos una respuesta. Dice en Hebreos (9.14), en referencia a Cristo: “…el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios…” En primer lugar, debemos resaltar que una persona no se ofrece a sí misma a otra persona; o se ofrece a sí misma, o se ofrece a otra persona. Cristo se ofreció a sí mismo a Dios, él es Dios; y este ofrecimiento fue posible por razón del Espíritu eterno. Para el ejemplo, meditemos en los regalos que una persona puede hacerse a sí misma; nosotros acostumbramos a hacernos auto regalos, pero lo que no podemos ofrecernos a nosotros mismos es la vida. Una persona no puede morir para ofrecerse a sí misma, porque cuando muere, moriría también a quien se ofreció. En  el caso de Cristo: el que estaba en vida de la carne murió, y se ofreció muerto al pecado para Dios, que es su Espíritu y no muere (el Espíritu eterno). Esta concisa afirmación es ampliada a través de la imagen figurada del Cordero delante del trono, mostrada en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis.

De esta imagen entendemos que la presencia manifiesta[7] de Dios: el justo, después de haber muerto al pecado o después de haber vencido, estuvo ante la inmaculada justicia divina, y en general ante los atributos y estándares de Dios; y fue hallado digno de ser justificado o de alcanzar vida.[8] Por lo cual, por cuanto murió al pecado y fue vivificado, es digno de “tomar” y “abrir” (en semejanza a un acto de victoria), un camino de salvación a la humanidad.[9] Las personas para alcanzar salvación, mueren y son vivificadas en Cristo, en quien tiene un nombre que es sobre todo nombre.[10]

Es esencial resaltar que Dios es quien justifica (imparte justicia) y Dios es el justo (práctica justicia).[11] La imagen de los dos seres, mencionados en los caps. 4 y 5 de Apocalipsis, hace parte de un argumento figurativo; y en la continuidad de su mensaje ilustra el primer acontecimiento referente a los salvados, que fue la conquista de vida para ellos (ocurrió literalmente a través de la cruz). El libro en las manos del Cordero representa su victoria, son los nombres de las personas rescatadas y redimidas por él. Siendo así, es comprensible el llanto de Juan, quien experimentaba la visión; porque al no haberse hallado a ninguno digno de tomar el libro y abrirlo, esto significaba por tanto, que no había salvación para la humanidad.

El libro del Cordero y el libro de la vida

El libro en las manos del Cordero, como se ha mencionado, hace parte de un lenguaje figurado, y aunque en el tiempo de la cruz todavía muchos de nosotros no habíamos nacido, el libro está en representación de los salvados de todas las épocas de la humanidad. Estas, entendemos son imágenes ilustrativas, muy diferentes a cuando el texto de Apocalipsis muestra el libro de la vida, que señala acciones pertinentes a nuestra realidad literal. Así que en la escena (del Cordero tomando el libro), dispuesta de dicha forma para ilustrar unos acontecimientos, el libro está cerrado con siete sellos; pero en la realidad literal está abierto para anotar[12] y asimismo para borrar.[13]

Creemos que cuando el Apocalipsis menciona el libro en las manos del Cordero (Ap 5ss.), el libro de la vida del Cordero (Ap 13.8), y el libro de la vida (Ap 20.12), está indicando lo mismo, pero en unos contextos diferentes.




[1] Ap (4.1): “Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas.”
[2] Un versículo afín: 2 Ti (1.10): “…la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio…”
[3] Is (45.21-22): “…Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.”
[4] ibídem
[5] Ap (1.8-11): “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor…”
[6] 2 Co (5.18-19): “y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo…que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo…”
[7] 1 Ti (3.16): “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne…”
[8] Ibídem, “…Justificado en el Espíritu” y, 1 P (3.18): “…siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu…”
[9] Ro (6): “porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte…” Ro (5.9):”…estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos…” 
[10] Hch (4.12): “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.”
[11] Ro (3.21-26): “…con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.”
[12] Ap (20.12; 15): “…y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida…Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.” Versículo similar en Lc (10.20): “…no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.” 
[13] Ap (3.5): “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida…”
[14] Zac (9.9): “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá…”
[15] Is (42.1): “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido…”
[16] Zac (6.12): “…he aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces…”
[17] Is (40.9): “…dí a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!...”
[18] Ap 4.6-7: “...cuatro seres vivientes…el primer ser viviente era semejante a un león; el segundo…” 

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